No todos se percataron al mismo tiempo. Se ha esfumado inexplicablemente, como tratando de no causar alarma, ni miedo, ni temor… ni sobresalto.
Por su atractivo peculiar, lo consideraban, lo miraban con respeto, con cariño. También con ardor. Amado incondicionalmente, hasta el cansancio, sin límites, en cualquier lugar: en el dormitorio (en ocasiones hasta altas horas de la madrugada), esa pasión arrolladora a veces podía satisfacerse sobre un sofá del living, en un sillón de la terraza, en la mesa del comedor e incluso —en ocasiones— en el baño.
Hoy ya no está. Muchos lo recuerdan y lo recordarán como era: elegante, bien presentado, limpio, ordenado; pese a que a veces se lo vio avejentado, ajado, sucio, maltrecho. Pero lo importante era lo que trasmitía, lo que significaba.
No faltaron aquellos que le dieron a su desaparición un significado político, analizando sus comentarios, a veces dogmáticos. Aunque en realidad, él podía disertar con la misma pasión sobre Marx o sobre Milton Friedman.
Hoy es otro desaparecido y a los jóvenes no les importa. Ellos están en otra. ¡Ni siquiera han percibido su invaluable valor! Bueno,… decir desaparecido ha sido un poco exagerado. Mejor… digamos… del casi desaparecido, puesto que aún existen algunos anaqueles donde se puede encontrar.
¡Él o ellos! A duras penas… pero sobreviven. Espero que por mucho tiempo, porque muchos de nosotros, pobres mortales, ¿qué haríamos sin tenerlo en nuestras manos?, ¿qué haríamos sin tener ante nuestros ojos… un libro?
Hoy, la cibernética nos otorga la facilidad de leer sin necesidad de tener un volumen en nuestras manos. Usted lo tiene al alcance de su vista. Puede sumergirse en su lectura con solo pulsar un par de botones y su lectura lo alegrará o emocionará. La vida es corta, pero hermosa y las cosas que caben en ella, valen la pena vivirlas.
Y en ocasiones, valen la pena… leerlas.