Italia, es un país único. Además de ser la cuna de nuestra civilización latina, es un país verde, amigable, acogedor, aunque más en la zona sur y centro, puesto que en el norte, sus habitantes han perdido algo del carácter risueño, quizás si debido al alto tránsito de turistas que los satura durante todo el año.
De las veces que la he visitado, solo una vez lo hice adherido a un tour durante quince agotadores días, para conocer más de una docena de ciudades, en un itinerario realmente ambicioso. En otros viajes, nos hemos aprovechado de la generosidad de algunos familiares de Terni, en la verde Umbria, para hacer de su casa nuestro cuartel general y desde ahí, viajar a tan bellos lugares que mi memoria se niega a olvidar siquiera uno de ellos, algunas veces solos con mi segunda esposa y en otras, gozando de la compañía de Eliana, una prima que fue nuestro cicerone en algunos paseos. Vive allá desde hace casi sesenta años.
El año 2002 había hecho mi primer viaje al viejo Continente, durante el otoño europeo.
Viudo desde hacía algunos meses, me estaba costando demasiado superar ese infausto hecho. Durante mi vida me había dedicado a trabajar y nunca tuve ni el tiempo ni los medios para viajar a Europa y a Italia en especial, país del cual amaba todo: pintura, escultura, arquitectura, música e incluso su idioma, que aprendí a chapurrear cuando joven.
Con ese viaje, me picó ese bichito que trasmite las ansias de viajar. El año 2007, viajé nuevamente a Europa, esta vez acompañado por mi segunda esposa, con quien nos habíamos casado hacía tres años (mi gregarismo innato no me permitió vivir solo, la vida en solitario no tiene ningún atractivo). Al año siguiente volvimos y aprovechamos de integrarnos a un peregrinaje a Lourdes. Nuestro último viaje fue el año 2013 y luego de recorrer Umbria, Marche, Puglia y Lazio, un corto vuelo a Portugal para visitar Fátima y otros lugares lusos.
Italia no es solo grandes ciudades, Roma, Venecia, Verona, Florencia (imprescindibles para cualquier viajero). Explorar cualquier pequeña localidad, extraviarse en pasajes, interminables escalas o estrechas y empinadas callejuelas, es un placer difícil de precisar. Ver la sobrecogedora belleza de aquellos increíbles pueblos de la Liguria o la Campania que se descuelgan por acantilados y luego se sumergen en aguas color turquesa. O abordar un tren y descender en cualquier lugar desconocido, visitar la Chiesa, o la piazza o… solo una pequeña trattoria, sentarse a una mesa a degustar el plato típico del lugar acompañado de un bicchiere di chianti, son pequeños e inolvidables momentos que jamás se olvidan.