Mientras residí en una ciudad de la Sexta Región, un día cualquiera me dirigí a hacer algunos trámites relacionados con mi trabajo, a la Municipalidad de la ciudad, ubicada frente a la Plaza de Armas. Como estaba a pocos metros de la oficina local de cierta Isapre —una de aquellas instituciones de… ¿salud? que legalmente y sin ningún esfuerzo me despojaba, mes a mes, de una parte de mi sueldo— aproveché de pasar a hacer algunas consultas.
Me atendió una dama, cortés y buena moza, a quién expliqué los motivos que me llevaban allí.
Empezó a escribir mientras solicitaba mis datos.
— ¿Nombre?
—Roberto Avendaño.
—Dirección, —preguntó y levantó la vista como para ver si me conocía.
—Avenida Mengano número quince.
—Su Rut —nuevamente dirigió su tierna y celeste mirada hacia mí.
Me pasé la mano por el cabello, como ordenándomelo, puesto que la insistente mirada de la dama me hizo pensar que le causaba cierta atracción. En fin —pensé sin modestia alguna— no estaré tan apetitoso que digamos pero, aparento al menos estar en aceptables condiciones.
—Tanto y tanto, guión cuatro, —le respondí.
Me miró de nuevo, y mientras apoyaba su codo en el escritorio y su mentón en la palma de la mano, sin separar su delicada mirada de la mía, me dijo:
—Señor… ¿es usted una persona famosa?
—¿Aaah? ¡Nooo!, —repliqué— ¡Aunque sí!, pero solo en mi casa… ¡y a veces!
Sonrió, conversamos otro rato. Me dijo que le parecía haber leído o visto algo referente a mí nombre. Luego, guardé en mi portafolio el documento que me dio y me retiré para dirigirme a mi lugar de trabajo.
Quedé intrigado, ¿con que personaje me confundiría?
Esa noche, escuchando las novedades en un noticiario, me impuse que habían publicado una novela póstuma del escritor chileno Roberto Bolaños, quien recién después de muerto empezó a ser reconocido y a adquirir fama en nuestro país. Luego de algún tiempo en México y en El Salvador, vivió en Barcelona y allá publicó sus obras más conocidas. Falleció joven, de una afección hepática. Tenía solo cincuenta años. Su producción literaria es prolífica e interesante.
Ahí se me alumbró la ampolleta y descubrí el motivo de la equivocación de la buena moza de la Isapre: Roberto Avendaño y Roberto Bolaños, parecidos para el oído, pero solo eso. Me quedó el consuelo que mi nombre, aunque poco suena… ¡al menos suena, aunque sea casi… solo casi como un homónimo!
Recordé el documento que había guardado y que aun no leía. Constaba solo de un par de carillas. Al abrirlo, en el encabezamiento pude leer: Señor Roberto Avendano.
Naturalmente, era un documento emitido por el sistema computacional de la Isapre. Moví la cabeza y me quedé pensando en lo que ha avanzado la cibernética y todavía no se corrigen esos pequeños despropósitos. En fin, todos sabemos que los computadores —aunque tienen muy buena memoria— siguen siendo unos tontos de capirote que no se les ocurre ni pensar ni discernir. Desde que los sistemas computacionales hicieron su ingreso triunfal en las empresas, me cambiaron el apellido: siempre fui Avendaño y ahora para ellos y el ciberespacio soy Avendano. Me birlaron la virgulilla, ese pequeño rasgo ondulado sobre la letra “n” que le produce el cambio de sonido.
Quedé algo preocupado y mientras más pensaba en ello… más crecía mi preocupación. Se acercan las fiestas de fin de año y no faltará el encuentro casual con algún amigo, el cual, junto con un efusivo abrazo me dirá con la mayor naturalidad: “¡Roberto Avendano, feliz ano nuevo!”.
Extracto de “Entre Andamios”
19 cuentos y una introducción
Roberto Avendaño Rojas – Junio 2016